lunes, 5 de octubre de 2020

Rafael Yuste, neurobiólogo, proyecto brain. 2 entrevistas

 

Para serle franco, lo entrevisto desde el convencimiento de que nunca habrá máquinas capaces de leer nuestros pensamientos.

Pues llegas tarde. Ya las hay. Son todavía muy primitivas, pero han cruzado la línea.

Pero sólo pueden decodificar lo que estoy viendo o escuchando.

No. Ya han podido asomarse a lo que estás imaginando.

*

En el curso de esta entrevista, que concede desde su oficina en Nueva York, Rafael Yuste responderá pacientemente a todos los lugares comunes de la ciencia ficción. Que podremos googlear con la mente y recurrir a la telepatía como hoy recurrimos a Zoom. Que hablarán los mudos y se moverán los tetrapléjicos, pero también será posible crear superhumanos con fines menos altruistas. Que empresas, hackers o gobiernos se verán tentados a lavarnos el cerebro, esta vez por dentro. Que la pregunta “quién soy”, si las neurotecnologías operan en el descampado legal, podría volverse incontestable.

“La tecnología necesaria para eso viene seguro”, responde Yuste una y otra vez. “Ya sólo falta saber cuándo. Y qué vamos a hacer con ella”.

Para apurar esa causa, Yuste propuso el año 2011, en una conferencia de científicos en Londres, acometer un proyecto colectivo a gran escala: reconstruir, entre todos, el mapa completo de las más de 80 mil millones de neuronas que conversan simultáneamente en un cerebro humano. La idea prendió, Yuste visitó varias veces la Casa Blanca y en 2013 el presidente Obama anunció el Proyecto Brain, en virtud del cual centenares de científicos −premunidos de tecnologías ópticas, ondas ultrasónicas, ingeniería genética, inteligencia artificial y herramientas de big data− se internan cada año un poco más profundo en “la selva impenetrable de la sustancia gris”, como la definió Santiago Ramón y Cajal, padre de las neurociencias.

¿En qué etapa de avance va el Proyecto Brain?

Mira, hay que mapear dos cosas distintas: la estructura neuronal, que son las conexiones, y la actividad neuronal, que son las funciones. En ambos casos se empieza con animales pequeños. De la estructura, ya se mapeó hace tiempo un gusano pequeñito y el año pasado mapearon la larva de la mosca. Ahora se está mapeando la mosca entera y hace poco se lanzó un artículo para poner sobre la mesa el objetivo de mapear el cerebro entero del ratón. Ya es una cosa gigantesca, el ratón tiene 100 millones de neuronas.

¿Cada neurona tiene una función específica?

No se sabe. Yo creo que no, que funcionan más bien como los átomos, en grupo. Y en cuanto al mapeo de la actividad, hace dos años mapeamos toda la actividad de una hidra, animalitos de agua dulce que son como pólipos. Y ahora mismo están intentando mapear toda la actividad del gusano y del pez cebra. Vamos poco a poco. Actualmente hay 500 laboratorios participando, el 80% en Estados Unidos y 20% en el resto del mundo.

El hecho de que Trump no sea muy amigo del multilateralismo, menos aún financiado por Estados Unidos, ¿no ha afectado al proyecto?

En absoluto. Esa fue la estrategia brillante de Obama: incrustar el Proyecto Brain en la burocracia. Porque tú sabes que una vez que una cosa se hace burocrática, ya nadie puede con ella [se ríe]. Así que esto no se para, fue dotado de dinero que no se puede usar para otra cosa. Además, es de las pocas políticas que tiene el apoyo de los dos partidos en Estados Unidos. El presupuesto de este año va a rondar los US$ 450 millones y durante los 12 o 15 años que dure el proyecto acabarán siendo varios miles de millones. En todo caso, esto avanza en paralelo a las tecnologías, porque no necesitas el mapa completo del cerebro para trabajar con ciertas partes.

Me iba a contar de las máquinas que ya nos leen el pensamiento.

Sí. Para explicarlo fácil, las neurotecnologías se dividen en dos tipos: las que leen la actividad cerebral, que es como “bajarla” del cerebro al dispositivo, y las que cambian la actividad, que como escribirla o “subirla” desde el dispositivo al cerebro. Las tecnologías para leer siempre van más adelante, como es lógico. Un grupo de Berkeley, que deben ser hoy los mejores del mundo en esto, hace lo siguiente desde el año 2008. Te muestran una imagen y escanean la respuesta de tu cerebro a ella. Luego te muestran otra imagen y vuelven a mapear tu respuesta neuronal, y lo hacen así con 100 imágenes. Luego te dicen: “Piensa en una de las 100 imágenes”. Tú piensas en una y ellos saben decirte en cuál estás pensando.

Ya pueden hacer eso.

Pero es lo de menos, ahora viene lo interesante. Te dicen después: “Piensa en algo que no te hayamos mostrado”. Tú piensas en una cosa, ellos triangulan lo que muestra el escáner con lo que mostró cuando viste las 100 imágenes y se aproximan a lo que estás pensando. No es exacto, pero se acerca mucho y desde 2008 han mejorado muchísimo la precisión. Tú ya sabes que los algoritmos de las redes sociales usan tu historial de datos para predecir tu comportamiento, pero aquí ya predicen lo que tienes en tu imaginación. Y te estoy contando lo que se hace en la academia, porque no sé lo que están haciendo las empresas privadas y los ejércitos.

Según las investigaciones de algunos medios estadounidenses, el Pentágono y el gobierno chino no se están quedando atrás.

Claro, pero no conocemos los detalles. Lo que sí es público, por ejemplo, es que Facebook está desarrollando una tecnología para descifrar las palabras que quieres escribir en tu ordenador sólo con que pienses en ellas. Este año se publicó en Nature un estudio de académicos, pero financiado por Facebook, que logró identificar con hasta el 97% de precisión qué palabras decía una persona −dentro de un vocabulario pequeño, ordenado en 50 oraciones− sólo mirando el interior de su cerebro. Por ahora, lo hacen con pacientes epilépticos que ya tienen sensores implantados con fines médicos, pero están buscando el modo de hacerlo con dispositivos externos.

¿Cree que en 20 años más podríamos sostener esta conversación sin necesidad de hablar?

Sinceramente, le doy cinco años a eso, por lo menos en su versión experimental. Pero estamos hablando de las tecnologías para leer. Para escribir falta un poco más.

¿Qué se ha logrado hasta ahora?

Bueno, en mi laboratorio somos expertos en escribir actividad cerebral en ratones. Y ya podemos, usando láseres infrarrojos, implantar en su cerebro imágenes que el ratón no está viendo realmente, pero se comporta como si las viera.

¿Cómo lo hacen?

Primero, leemos la actividad que produce su corteza visual en respuesta a distintas imágenes que sí ve. Y le enseñamos al ratón a comportarse de manera que, cuando vea la imagen A, chupe una cánula donde le damos un poco de jugo. Y que cuando vea la imagen B, no chupe. Así sabemos lo que el ratón cree estar viendo. Cuando ya le tenemos entrenado, le apagamos el estímulo visual y le metemos con láseres la imagen A o B, estimulando las neuronas que respondían a cada imagen. Y se comporta exactamente igual que como si la estuviera viendo: si es A, chupa, si es B, no chupa.

O sea, le implantan su propia memoria de la imagen, pero todavía no es posible trasplantarla desde la memoria de otro ratón.

No, y es un buen punto. Estas tecnologías, tanto en ratones como en humanos, son todavía individuales. Tú no puedes coger el patrón de un ratón y ponérselo a otro. Por eso a cada persona que participa de un estudio hay que hacerle todo el mapeo primero. Porque a otra persona le muestras la misma imagen y se le encienden otras partes del cerebro, no muy distintas pero tampoco iguales.

Algunos neurocientíficos creen que trasplantar memoria de una persona a otra nunca va a ser posible.

Es pronto para saberlo. Pero hoy sí podríamos, por ejemplo, mapear la respuesta cerebral de dos personas cuando ven un perro, y luego hacer que cada vez que la persona A ve un perro, la persona B también crea verlo, o al menos piense “perro”. No sería trasplantar la memoria de A a la de B, sino usar los parámetros equivalentes en la memoria de cada uno. No lo hemos hecho todavía con dos ratones, pero ya podríamos hacerlo y con toda seguridad se acabará haciendo en humanos. Una demostración es lo que presentó Elon Musk hace pocas semanas.

Con un chip implantado en el cerebro de una chancha.

Exacto. Le pusieron una interfaz cerebro-computadora para leer su cerebro y también escribir en él. Funciona de manera inalámbrica y ya es tecnología muy sofisticada. Y ya pidieron permiso para ponérsela a personas.

¿El avance ha sido más rápido de lo que usted se imaginaba hace 10 años?

Muchísimo más rápido. Y también ha ido mucho más rápido de lo que yo hubiera previsto hace dos años. Imagínate que llevo 30 años en la neurotecnología y la primera reunión sobre las consecuencias éticas la hicimos recién en 2016. En 2017 hicimos la segunda, que dio lugar al paper que publicamos en Nature proponiendo regulaciones. Y desde entonces la aceleración fue brutal, sobre todo en el último año. A nosotros nos preocupaba lo que ya se podía hacer en los laboratorios de la academia, pero en el último año esto saltó a las empresas privadas.

Algunos artículos han anunciado un inminente “neurocapitalismo”. No digamos que suena atractivo.

Pues el neurocapitalismo ya ha empezado. En el último año, Microsoft y Facebook invirtieron mil millones de dólares cada una comprando startups de neurotecnología. Y el objetivo de Elon Musk con Neuralink es aumentar cognitivamente a las personas, va directamente a por ello.

Ya no se disfraza de “esto es para curar enfermedades”.

Exactamente. En la academia lo hacemos para combatir enfermedades o entender cómo funciona el cerebro, pero las compañías estas lo que quieren es ganar dinero. Y la razón por la cual se metieron de lleno en este asunto es que no quieren quedarse atrás en lo que puede ser la próxima revolución tecnológica: saltar de un iPhone en el bolsillo a un dispositivo en la cabeza.

Hoy nadie aceptaría que le lean la mente, pero cedemos muchos datos privados que hace 20 años se suponían íntimos. ¿Cree en el futuro nos iremos acostumbrando a que nos lean un poco el cerebro a cambio de facilitarnos la vida?

Bueno, creo que sí. Veo muy posible que, de aquí a 10 años, los dispositivos celulares se conviertan en cascos o diademas o gorras o gafas que nos comuniquen directamente al cerebro, de ida y de vuelta. Y creo que esto será una gran evolución para la humanidad. A mí, que soy muy torpe escribiendo en máquinas, me encantaría poder pensar y que se vaya escribiendo todo. Lo haría mucho más rápido. Imagínate para la gente que tiene impedimentos para hablar. Son dos ejemplos entre las miles de aplicaciones que podría tener esto. Pero tenemos que ponerle algunas normas éticas. Así como se ponen las barreras de contención en las carreteras para que no se salgan los coches, pues hay que ponérselas a estas tecnologías para que vayan por donde tiene que ir.

“Chile será el país modelo en el mundo”, declaraba hace un año el senador Guido Girardi tras reunirse en La Moneda con el presidente Piñera y Rafael Yuste, para tratar las inquietudes de este último. Aunque el estallido social dejó entre paréntesis su profecía, Girardi, que preside la comisión Desafíos del Futuro del Senado, siguió empujando la agenda de los neuroderechos y sumó en el camino a científicos, rectores y organismos multilaterales. Este miércoles 7 presentarán el fruto de ese trabajo: una reforma constitucional y un proyecto de ley que, de aprobarse, pondrán a Chile en una posición de vanguardia que Yuste invita a no subestimar.

“No es ninguna exageración, Chile va a ser pionero en el mundo. Y yo espero que se convierta en un ejemplo a seguir por otros países en cuanto a poner esta discusión sobre la mesa, porque al hablar de datos cerebrales no estamos resguardando derechos de propiedad, sino derechos humanos”.

Tampoco se trata, previene el neurobiólogo, de crear regulaciones demasiado restrictivas. Sería cerrarle el paso a una verdadera revolución en el tratamiento de enfermedades mentales, como la esquizofrenia, el Alzheimer o el mal de Parkinson. O privar a quienes sufren de parálisis de herramientas que les podrían cambiar la vida. Actualmente, en el mundo, más de una veintena de personas que perdieron el uso de sus extremidades cuentan con sensores en el cerebro que les permiten mover su brazo robótico, o el cursor de una pantalla, por medio del pensamiento. El año 2017, en Ohio, un paciente paralizado del cuello para abajo pudo alimentarse y tomar agua con su brazo humano, conectado electrónicamente a su cerebro. Dos años antes, Darpa, la agencia del Pentágono que propició la invención de internet, presentó el caso de una mujer cuadripléjica que pudo operar con la mente el simulador de vuelo de un F-35.

Pero las mismas tecnologías, mal usadas, podrían dar lugar no sólo a distopías sociales y políticas, sino incluso existenciales. La medicina ya ha reportado casos de pacientes expuestos a neurodispositivos que se han sentido incapaces de determinar dónde termina su yo y dónde empieza la máquina. Un hombre que usó un estimulador cerebral para tratar su depresión dijo en un estudio: “Se difumina hasta el punto en que no estoy seguro, francamente, de quién soy”. Una mujer epiléptica llegó a experimentar una simbiosis tal con su interfaz cerebro-computadora que afirmó: “Me convertí en mí”. Cuando el implante debió serle retirado porque la empresa responsable quebró, lloró diciendo: “Me perdí a mí misma”. Un paciente implantado con electrodos para tratar su mal de Parkinson comenzó a derrochar los ahorros familiares en juegos de apuestas y sólo tomaba conciencia del problema al apagarse la estimulación.

Buscando un punto de equilibrio, la propuesta que ha liderado Yuste contempla cinco neuroderechos fundamentales: “El primero es el derecho a la identidad personal: que tú tengas derecho a ser tú. Porque si te quitan eso, ya me dirás de qué valen el resto de los derechos humanos. El segundo es el derecho al libre albedrío. Porque a este ratón, como te decía, le quitamos completamente el libre albedrío, lo manejamos como a una marioneta”.

Con lo cual tampoco seríamos responsables de lo que hagamos a otros.

Claro. Mucha gente dice “la manipulación ha existido siempre, esto es lo mismo que cuando te lavan el cerebro desde afuera”. No es lo mismo. Lo que te meto en el cerebro ya no te viene de afuera, te viene de adentro. No puedes tomar distancia y decir “esto no lo estoy pensando yo”, así que nunca te vas a enterar. El tercero es el derecho a la privacidad mental, que debería contemplar los contenidos conscientes de la mente pero también los subconscientes, que son la mayor parte.

Sería el derecho a que nadie sepa de mí lo que yo tampoco sé.

Y ya te imaginas lo que puedo hacer contigo si te llevo esa ventaja. El cuarto derecho es el acceso equitativo a las tecnologías que permitirán a las personas aumentar su capacidad cognitiva. Y el quinto es que no haya sesgos socioculturales en los algoritmos que se utilicen.

Si los multimillonarios acceden primero, no los pillamos más.

Esa es una amenaza realmente seria y deberíamos establecerlo como un principio universal de justicia: al aumento cognitivo no pueden tener acceso ciertas personas y no otras. Y el quinto derecho es que no haya sesgos sociales o culturales en los algoritmos que se utilicen.

Desde la academia ya han surgido críticos de esta cruzada legal. Dicen que falta mucho para que sea necesaria y que lo urgente es regular el uso de otro tipo de datos.

Precisamente porque ya hemos perdido mucha privacidad con internet y las redes sociales, debemos aprender la lección. Recordemos lo que dice el Dilema de Collingridge: cuando aparece una tecnología nueva, no sabes muy bien para qué va a servir pero es muy fácil regularla; pero después, si la dejas andar y se extiende por toda la población, ya sabes perfectamente para qué sirve, pero es imposible regularla. Por lo tanto, si esperamos a que regular la neurotecnología sea urgente, probablemente esperaremos a que sea tarde. Mientras antes lo hagamos, mejores opciones tenemos.

¿La idea es exigir el uso consentido de los datos cerebrales o prohibir su uso aunque haya consentimiento?

Depende del caso, pero lo importante es que eso se tiene que discutir democráticamente. Yo soy un científico, no soy nadie para decidir por la sociedad. Pero sé que esto es tan importante que requiere una discusión pública. Nuestra propuesta, en todo caso, es que sólo se debiera acceder a los datos cerebrales por razones médicas o científicas. Y que no se debería poder comerciar con ellos.

Como comercian las redes sociales con los datos que hoy les ofrecemos.

Exactamente. La idea nuestra es que los datos obtenidos del cerebro sean tratados como un órgano del cuerpo. Eso limitaría la posibilidad de que las personas vendan sus datos o tengan actividad neuronal a cambio de una recompensa financiera, tal como la legislación prohíbe la venta de órganos humanos.

Si su causa prospera, entonces, arruinará las inversiones que están haciendo Mark Zuckerberg y Elon Musk.

Bueno, hay soluciones intermedias, también estamos trabajando en ello. Una propuesta es que los datos se queden en tu dispositivo y no vayan al servidor de la empresa, pero que las compañías sí puedan utilizar lo que han aprendido de tus datos para mejorar sus programas y sus algoritmos. Y para que te hagas una idea, esta idea ha surgido de Google. Ellos están siendo los primeros interesados en no aparecer como los malos de la película. Y por cierto, la ley chilena también será pionera en esto, porque propone regular estas tecnologías desde las pautas éticas de la medicina. Así ocurre hoy con la industria médica y farmacéutica, y no veo que tengan problemas para hacer dinero.

Según lo que hemos conversado, en el futuro podremos hacer todo más rápido y procesar mucha más información en tiempo real.

Sí.

¿Quedará espacio para esos estados de conciencia que requieren frecuencias más lentas, ya sea para mirar el techo o leer un poema?

Yo creo que el problema que describes ocurre con todas las tecnologías: siempre parten desde un desfase con la realidad que ya conocemos. Por lo tanto, lo que tenemos que hacer es adaptarla para que haya una integración sin fractura, sin violencia. Pero yo no tengo ningún miedo a este paso, creo que va a ser maravilloso. De hecho, creo que vamos en camino hacia un nuevo Renacimiento, porque nos vamos a reinventar como seres humanos. Va a ser un salto tecnológico igual a los que tuvimos en la historia con el fuego, la rueda, la imprenta, la revolución industrial, las computadoras, y ahora, ¡boom!, las neurotecnologías. Y ese mismo pasado nos enseña que, cuando aprendemos a usar la tecnología bien, la humanidad acaba siendo más libre, no menos.

Habla de un nuevo Renacimiento, pero la crítica de los humanistas a las neurociencias es que, en lugar de emanciparnos, nos predeterminan desde mecanismos ajenos a la voluntad, lo que sería la ruina de ese sujeto kantiano basado en su autodeterminación racional.

Sí, eso dicen. Y me encanta que menciones a Kant porque yo soy kantiano a un cien por cien. Te muestro el libro que tengo aquí sobre la mesa: la Crítica del juicio, justamente. Y si quieres la Crítica de la razón pura, aquí también la tengo [busca el libro y lo muestra].

¿En alemán?

Sí, este lo leo en alemán. Cuando me vine de España a Estados Unidos, hace ya 30 años, me traje dos libros y este era uno de ellos. Pues mira, Kant predijo, creo que acertadamente, que el mundo en el que vivimos está construido por nuestra mente. O sea, que la mente no refleja el mundo: proyecta su propio reflejo sobre él. Y esto lo estamos empezando a confirmar, siglos después, los neurobiólogos. Entonces, explicar cómo funciona la mente nos llevará a entender por fin quiénes somos. Y yo creo que será un momento brillantísimo que nos hará admirar todavía más al cerebro humano. En el Renacimiento, cuando los médicos empezaron a diseccionar cadáveres, a los primeros los quemaron en la hoguera, porque decían lo mismo que tú: “No, no, el cuerpo humano es sagrado, es el fruto de la Divina Providencia. Y al abrirlo y enseñar cómo funciona en plan máquina, lo estás desacralizando. ¡Vamos a deshumanizar al hombre!”. Y fue lo contrario. Cuanto más aprendemos del cuerpo humano, más crece la admiración por la máquina que llevamos puesta. Por eso creo que esto nos mete en los umbrales de un segundo Renacimiento: si en el primero nos descubrimos desde el cuerpo, en este nos descubriremos desde la mente. Y el gran proyecto del humanismo es descubrir qué es el humano, ¿no?

Eso si descubrimos que efectivamente somos algo.

No, evidentemente somos algo. Pero no sabemos lo que somos. Actuamos como si tuviéramos una caja negra de la cual salen un montón de cosas: libertad, imaginación, creatividad, pero son palabras que utilizamos porque no sabemos bien lo que hay dentro. Cuando lo sepamos, será más impresionante todavía y aparecerán nuevos humanismos.

No vamos a descubrir que somos una alucinación de nuestro cerebro, entonces.

No. Para ser precisos, lo que dijo Kant no es que el cerebro se inventa el mundo, sino que lo construye. Es decir, crea un modelo del mundo a su propia medida, pero ajustándolo a la información sensorial que recibe de afuera. Esa es la diferencia entre la vigilia y los sueños: mientras dormimos, ese modelo sigue funcionando, pero sin ajustarse a información sensorial. De manera que Calderón tenía razón hace cuatro siglos cuando dijo “la vida es sueño”. Cuando estamos despiertos, en realidad seguimos soñando, pero los sueños tienen que ver con lo de afuera.

 LInk

 

 Otra entrevista el pais

 

Entrevista | Rafael Yuste, el hombre que descifra el cerebro

 

RAFAEL YUSTE nunca podrá olvidar aquella noche de abril de 2013 en que se sentó frente al televisor junto a Stephanie, su esposa, y sus dos niñas, en su casa de Nueva York, para ver el discurso del estado de la nación de Barack Obama. Se quedó de piedra. De pronto, allí estaba el presidente estadounidense repitiendo palabra por palabra el contenido de la propuesta que él había presentado a la Casa Blanca. Aquello parecía casi un corta y pega del equipo científico presidencial.

En esa noche empezaba a tomar forma el proyecto del que es el impulsor, la iniciativa científica más ambiciosa de la Administración estadounidense saliente, que finalmente quedaría bautizada como BRAIN –que en inglés significa cerebro y responde a las siglas Investigación del Cerebro a través del Avance de Neurotecnologías Innovadoras–.

Es preciso obtener una fotografía dinámica del funcionamiento de nuestro cerebro para entender mejor cómo pensamos, cómo aprendemos y cómo recordamos. Eso dijo Obama aquella noche. Y ese es el objetivo por el que Yuste lleva años luchando.

Alex Iturralde

Han pasado más de tres años desde entonces y BRAIN es una realidad que avanza. En 2016 se le han asignado 300 millones de dólares (278 millones de euros), en 2017 serán 434 (403 millones de euros) y, en total, se prevé una inversión de 1.500 millones de dólares a lo largo de 12 años. Queda por ver que el nuevo inquilino de la Casa Blanca no haga bailar esos números, pero, al ser una iniciativa apoyada por republicanos y demócratas, nada debería cambiar el rumbo fijado, según dice el propio Yuste.

“Puede que El cerebro genere un mundo virtual que es la realidad que cada uno de nosotros ve. Es una hipótesis que me parece razonablE”.

El impulsor y actual asesor de BRAIN, proyecto que desbancó a otros relacionados con las energías renovables o con mandar al hombre a Marte, es un madrileño de 53 años, nacido el 25 de abril de 1963, criado en el barrio de Argüelles, neurobiólogo, médico, entusiasta de Ramón y Cajal y furibundo madridista. Afincado en Nueva York desde 1980, este catedrático de la Universidad de Columbia es un agitador, un investigador que no se queda quieto, que lucha por coordinar los esfuerzos científicos que en el campo del cerebro se hacen a lo largo y ancho del mundo. En diciembre ha estado trabajando en la confección de un documento, firmado por la primera línea de la investigación estadounidense, para contribuir a que, efectivamente, el nuevo equipo científico de la Casa Blanca mantenga la apuesta por el cerebro.

La entrevista se celebra en San Sebastián, donde Yuste recaló en el congreso Passion for Knowledge. Vestido en tonos beis, con su camisa amarilla y su bolsa naranja en bandolera, es un hombre afable, alejado del estrellato, a pesar de que la prestigiosa revista Nature le consideró en 2012 como uno de los científicos más influyentes del mundo.

En el pasado mes de septiembre, reunió usted a unos 400 científicos y consejeros científicos de varios Gobiernos en la Rockefeller University de Nueva York para coordinar las iniciativas de investigación que hay en torno al cerebro. Rodolfo Llinás, neurólogo colombiano-estadounidense de 81 años, dijo: “Nunca antes en la neurociencia he visto tanta unidad para un fin tan glorioso”. Los neurobiólogos tenemos fama de estar siempre peleados. La dotación del proyecto de Obama, de hecho, se redujo el primer año porque había muchas voces discrepantes. La reunión de la Rockefeller fue un intento de poner de acuerdo a los científicos. Queríamos que los administradores nos escucharan con una sola voz. Tenemos el ejemplo del proyecto del genoma humano, que fue fruto de un esfuerzo colectivo.

Le acabamos de pedir que rememore aquella reunión. ¿Qué ha pasado en su cerebro en ese momento?, ¿qué ocurre cuando recordamos? Sinceramente, todavía no tenemos una teoría aceptada de cómo funciona la memoria, hay muchas posibilidades. Si se leen los artículos científicos, una hipótesis es que haya un grupo de células, posiblemente en la corteza cerebral, que se disparen a la vez. Cuando pensamos o nos acordamos de una cosa, se enciende una llama de actividad cerebral en un grupo de neuronas en distintas partes de la corteza del cerebro. Actualmente estamos trabajando en ello en el laboratorio.

“El cerebro se inventa un mundo, cada uno de nosotros ve un mundo distinto”, dijo usted en una entrevista. ¿Es así? Esto es una hipótesis, no es una afirmación demostrada. Pero es una de las que a mí me parecen más razonables y tiene que ver con Immanuel Kant, que decía que el mundo es un reflejo de la mente. Los datos que estamos obteniendo en mi laboratorio concuerdan con esa posibilidad. Puede que el cerebro genere un mundo virtual que es la realidad que cada uno de nosotros ve. Cuando estamos dormidos, esa máquina está desconectada de la realidad; y cuando estamos despiertos, amarramos con nuestros sentidos esa simulación de realidad virtual.

Una de las ramas de la investigación que más frutos está dando es la optogenética, que permite intervenir en el comportamiento de un ratón (mediante destellos de luz que se disparan a través de un cable insertado en la cabeza del roedor). Su uso nos abre puertas para combatir enfermedades neurológicas, pero también a todo tipo de debates éticos. La tecnología es neutra, y esta en concreto va a tener una gran importancia para leer y generar actividad en el cerebro de animales vivos. Lo estamos haciendo en el laboratorio, y se podrían realizar este tipo de manipulaciones en humanos. La razón es ayudar a la humanidad. El proyecto BRAIN se lanza para intentar vencer la lacra de las enfermedades neurológicas. Si hay pacientes con problemas en su actividad neuronal, permitiría intentar corregirlos desde fuera, igual que un cirujano que extirpa un tumor. Estas tecnologías se pueden utilizar con ánimo de lucro o con un objetivo negativo para las personas, por eso estamos intentando sacar adelante un panel de neuroética.

Alex Iturralde

¿De qué tipo de objetivo negativo estamos hablando? Si conseguimos métodos nuevos para registrar la actividad neuronal de una manera no invasiva, y la ciencia es capaz de descifrar lo que significan esos disparos neuronales, seríamos capaces de entender cómo funciona la mente del animal o de la persona. ¿Qué significa entender? Desde el punto de vista científico, si puedes entender, puedes predecir lo que la persona o el animal haría, o comprender cómo se reactivan los recuerdos que tiene esa persona. Esto parece ciencia-ficción, pero estoy seguro de que antes o después se va a llegar a este punto. Es algo que viene y debemos afrontar los debates cuanto antes. Otro problema es el acceso a las tecnologías. Imaginemos un futuro, que va a venir seguro, en que nos empecemos a comunicar con los teléfonos a través de nuestra actividad cerebral. En vez de utilizar los dedos, tendremos unas gafas inteligentes o un implante en alguna parte del cuerpo de modo que accederemos en tiempo real a mucha información. Esto puede generar un tipo de comportamiento en los humanos que es mucho más sofisticado y poderoso del que tenemos ahora. Podremos controlar brazos robóticos o exoesqueletos…

El llamado enhancement, la ampliación de capacidades… Exactamente. Puede haber enhancement de actividad mental y también de actividad física. Lo cual nos lleva a la pregunta: ¿cuáles son las reglas bajo las cuales eso se debería hacer? ¿Quién va a controlar esas técnicas que, evidentemente, en un principio no serán baratas? ¿Vamos a acentuar las divisiones y desigualdades que hay en la humanidad? ¿Va a ser una herramienta que en última instancia permita una mayor democratización de las sociedades, una mayor justicia e igualdad de oportunidades?

Sin caer en la ciencia-ficción, en el escenario que usted esboza se podría hackear la mente de una persona… Hay riesgos. Y los humanos tememos lo desconocido, es una reacción natural. Este tipo de escenarios han sido explotados por películas y escritores, que acentúan lo negativo, que dicen que esto puede ser el fin del mundo. De hecho, hay gente muy prominente, científicos como Stephen Hawking, que dice que las computadoras traerán el final de la humanidad…

“en UN futuro, que VA A VENIR seguro, NOS COMUNICAREMOS CON LOS TELÉFONOS a través de NUESTRA actividad cerebral”.

Y usted, de hecho, tiende a ser crítico con Hawking… Sí. Yo diría: tranquilidad. La ciencia siempre ha sido un motor de progreso; el conocimiento siempre nos ha hecho libres. No hay más que estudiar el pasado de la humanidad. Aunque hayamos creado tecnologías capaces de destruirnos, como la energía nuclear o las armas químicas, que podrían haber acabado con nosotros, nos hemos sabido organizar de una manera racional y se han canalizado estas técnicas para hacer reactores nucleares, para ayudar a pacientes con enfermedades bacterianas. No sé por qué no va a suceder lo mismo con la neurobiología del futuro. Estas técnicas van a ser una liberación, van a dar lugar a un nuevo humanismo.

¿En qué consistirá ese nuevo humanismo? Va a ser un humanismo certero y riguroso por fin, una vez sepamos cómo funciona realmente nuestra mente. Va a tener implicaciones legales en lo que se considera un criminal; en el concepto del “yo”; en cómo se define a una persona; en quién tiene la responsabilidad de una decisión. Ocurrirá como en el Renacimiento, cuando los médicos empezaron a destripar cadáveres. Todo el mundo estaba preocupadísimo, ¡esto va a ser el fin del mundo!, se decía, ¡vamos a deshumanizar al hombre! Y fue todo lo contrario. Cuanto más conocemos el cuerpo humano, más nos asombramos del prodigio de la evolución. Esto va a ser el Renacimiento al cuadrado.

Su padre le regaló Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre investigación científica, de Santiago Ramón y Cajal, cuando usted tenía 14 años. ¿Despertó este libro su vocación de científico? Me lo leí justo en la edad en que estaba pensando qué hacer con mi vida. Me pareció apasionante. Cajal da consejos sobre cómo dedicarse a la ciencia, incluso dice con qué tipo de persona te tienes que casar. Pero lo que más me impresionó fue el énfasis que ponía en la voluntad. Decía que lo más importante para garantizar el éxito no es ser inteligente, no es ser rico, no es ser guapo, es tener voluntad.

Alex Iturralde

Y está usted de acuerdo con él. Sí, así es, desde mi humilde punto de vista. Incluso los científicos que me he encontrado que han tenido más éxito han sido los más voluntariosos, los que tienen clara la idea de lo que quieren y hacen el esfuerzo de perseguirla. Como dice Cajal, tú puedes tonificar tu voluntad. Estoy eternamente agradecido a mi padre por ese regalo, me marcó. Me pareció que no había nada más bonito que pasar las noches mirando por un microscopio en un laboratorio, a oscuras, descubriendo los secretos del cerebro, y así ayudar a la humanidad.

¿Cómo alimentó su sueño de convertirse en científico en aquellos años en que vivía en España? Leía muchos libros de ciencia. Mi padre era abogado y mi madre farmacéutica, así que iba a ayudarla al laboratorio, las muestras de sangre, el microscopio… Años más tarde, hice un curso en el laboratorio de biología marina de Woods Hole en Massachusetts. En el auditorio de ese sitio hay una cita que decía que los auténticos aristócratas del mundo, la gente que de verdad tira del carro, son los científicos. Ese fue otro espaldarazo.

“En nueva york suelo decir: ‘vengo de un país donde la gente corre delante de los toros. HACEMOS LAS COSAS CON PASIÓN”.

¿Suscribe la frase? Sí, los científicos son los auténticos condes, los aristócratas de la sociedad. Hacen un trabajo callado, cuidadoso, muchas veces sin apoyo social o económico, pero son los que están abriendo el camino para el resto de la sociedad, son la fuente del progreso. La ciencia y la ingeniería tiran del carro.

Usted es médico, y su necesidad de investigar respondió, en parte, a las limitaciones con que se encontró en su práctica diaria. Sí. Estudié Medicina en la Autónoma, en la Fundación Jiménez Díaz. Tuvimos que hacer una rotación en psiquiatría, y entrevisté a esquizofrénicos. Algunos eran peligrosos, paranoicos, teníamos que recibirlos acompañados de un guardaespaldas. Y me acuerdo de uno que era inteligentísimo y que estaba encerrado, causándose devastación a sí mismo y a todos los que estaban a su alrededor. Me dije: puedo dedicarme a la psiquiatría o coger la pala e ir a hacer investigación básica sobre los circuitos neuronales para que alguien después pueda entender lo que le pasa a este tipo de paciente.

Algo muy parecido relataba en esta revista Karl Deisseroth, gran pionero de la optogenética, que además de neurobiólogo es psiquiatra. Él mencionaba la frustración del especialista que necesita conocer más del cerebro para no tener que tirar tanto de las medicaciones… Sí, nos conocemos mucho, hemos publicado juntos. El trabajo que hacen los psiquiatras es heroico porque tienen que atender a estos pacientes y solo disponen de tratamientos paliativos, que les quitan algunos de los síntomas, pero no resuelven el problema de fondo. No tenemos el suficiente conocimiento para enfrentarnos a estas cuestiones.

En sus investigaciones con ratones, utilizan ustedes en el laboratorio una droga que circula en según qué ambientes, la ketamina. ¿Es una sustancia peligrosa para las enfermedades mentales? Sí, la utilizamos porque estamos estudiando qué es lo que le hace esta droga al cerebro desde el punto de vista de la actividad de grupos de neuronas. La ketamina se utiliza de manera clínica en los hospitales con un objetivo anestésico; a mí me la han puesto alguna vez y no pasa nada. Yo tranquilizaría a los pacientes. Pero usada como droga recreativa, entre determinadas personas, y en según qué concentraciones, puede dar lugar a brotes esquizoides.

Si Cajal levantara la cabeza, de todo lo que está ocurriendo en torno a la investigación sobre el cerebro, ¿qué cree que es lo que más le sorprendería? Si hay algo que me gustaría, sería hablar con Cajal ahora. Pocos años después de su muerte, dos matemáticos estado­unidenses publicaron un paper que es el comienzo de las redes neuronales. Si Cajal hubiese asistido a eso, hubiera visto que todo encajaba, hubiera sido posible relacionar la gran síntesis que él tenía en su cabeza de todas las partes del sistema nervioso con las posibilidades que dan los circuitos de redes neuronales.

“LA NEUROBIOLOGÍA PUEDE TRAER UNA LIBERACIÓN. UNA VEZ QUE SEPAMOS CÓMO FUNCIONA LA MENTE, NACERÁ UN HUMANISMO RIGUROSO”.

En el año 2005, usted y Javier de Felipe, investigador del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), organizaron una reunión de científicos en Petilla de Aragón, lugar de nacimiento de Cajal. ¿Cómo fue aquello? Cuando los neurobiólogos estudian las células de la corteza cerebral, las describen a su manera y les dan un nombre. Y cada cual tiene su ego, y les pone el suyo propio. Esto nos llevaba a una situación en que no nos entendíamos entre nosotros. Se nos ocurrió empezar a trabajar en una solución común y pensamos en hacer la reunión en la casa de Cajal para que la gente se tragase su ego. Aquí estamos donde nació el maestro, todo el mundo admira a Cajal, ¿no? Pues vamos a ver quién tiene las narices de poner su ego por encima del objetivo común en su casa. Invitamos a 25 personas y nos fuimos a Petilla de Aragón. La gente se puso de acuerdo, no de manera completa, pero sí en la terminología que utilizaríamos para describir las células. De ahí salió la famosa nomenclatura de Petilla. Esa reunión se puede ver como precursora de todo el proyecto BRAIN, que es un poco la misma idea: ponernos de acuerdo entre neurobiólogos en vez de estar peleándonos los unos con los otros.

Detrás de esa reunión, como de la celebrada en la Rockefeller University, está una de las características que más le define, según nos contaba hace poco el investigador Javier de Felipe: que es usted un entusiasta. Soy un apasionado de la ciencia. Estoy feliz de haberme dedicado a ello y espero que mi contribución sea positiva. Volviendo a Cajal, la voluntad y la pasión van muchas veces juntas. Es una cualidad que tenemos muchos españoles, de hecho. Cuando me preguntan por las reuniones y las iniciativas y me dicen: “¡Pero bueno, cómo te metes en todos esos líos!”, yo siempre respondo: “Mira, yo vengo de un país donde la gente corre delante de los toros. No somos un país de miedicas. Es un país donde estamos orgullosos de hacer las cosas con pasión”. Yo intento trasladar a Estados Unidos, a mi esquina de Nueva York, el espíritu de la sociedad que me ha criado. E intento infundírselo también a la gente joven a la que formo.

 

 

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